EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
Hoy, día 25 de marzo, el calendario litúrgico nos recuerda un año más que este día se conmemora el misterio de la encarnación de Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre, para ser testimonio vivo de Dios en el mundo, proclamar la Nueva Noticia del Reino de Dios (el Evangelio), realizar milagros para sanar a los enfermos y socorrer necesidades del pueblo, consolar a los menos favorecidos en este mundo y mostrarnos el mensaje de Dios para la humanidad en su plenitud.
Si el 25 de diciembre decía que celebramos la Navidad (la Natividad del Señor, conmemorando su nacimiento en Belén), fecha estipulada por la tradición del Magisterio de la Iglesia para tal fin, es lógico que la misma Iglesia haya hecho lo propio con el 25 de marzo (nueve meses justos antes de la fecha del Nacimiento), y señalar tal fecha con el fin de conmemorar el momento de su inmaculada concepción por su Madre, la Virgen María.
Este es el primer milagro de la vida de Jesús, su milagrosa concepción, el comenzar a vivir como todo hombre en el seno materno, aunque éste su "comenzar a vivir en la Tierra" no se produjo como otro cualquiera, pues no intervino varón, sino el poder del Espíritu Santo (3ª persona de la Stma. Trinidad). Fue el Espíritu Santo quien "sustituyó" a un varón para engendrar a Jesucristo, Dios y hombre. Como había de ser, como he dicho, Dios y hombre, sus progenitores obviamente habían de ser, por una parte, Dios, y por otra, una persona humana. Así, Jesús es hijo de María y de Dios.
A partir de ese momento en que se puso en marcha su concepción en el seno de su Madre, la humilde y agraciada joven nazarena, María, comienza la existencia en la historia de la Santísima Trinidad, misterio exclusivamente cristiano (ya la alusión al número 3, por lo de "Trinidad", atestigua su carácter cristiano, pues este número es representativo del Cristianismo, estando presente en numerosas circunstancias de la vida de Jesús y de la simbología de la naciente nueva religión, la nuestra). Esto quiere decir, que a partir de la concepción inmaculada de Jesús, Dios se comienza a manifestar como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
*Reflexión sobre la Santísima Trinidad.
Escribo esto para seguir explicando el origen de la Santísima Trinidad. Al comenzar a existir Jesús como hombre encarnado (en el seno materno virginal), y al llamar Él a Dios como "Padre" (1ª persona de la Stma. Trinidad), lógicamente Él es el "Hijo" (2ª persona), y más tarde en su vida pública empezó a hablar del Espíritu Santo (3ª persona) como poder divino (con capacidad de obrar para curar, sanar, y también consolar, inspirar y dar entendimiento).
El Espíritu Santo, el "gran desconocido", apelado así tradicionalmente por la Iglesia, es referido por Jesús como el "consolador" o "paráclito", revelador y dador de entendimiento y que nos recuerda lo que Él nos quiso decir. Como Dios que es, Él es infinitamente misterioso y no se le entiende, pero Él da entendimiento y vida.
*Canción al Espíritu Santo (Marcos Barrientos).
En nuestro credo, decimos que es "Señor y Dador de Vida" (porque da vida, es fuerza que vivifica según la voluntad del Padre). Como ejemplo de ello tenemos el caso supremo de que fue Él quien dio la vida, pudo poner en marcha el proceso de concepción de Jesús en el seno de María, aun sin las herramientas habitualmente necesarias para ello sin ser un milagro patente.
También decimos en nuestra confesión de fe que el Espíritu Santo "procede del Padre y del Hijo", pues es el Padre quien envía al Espíritu cuando cree oportuno, y es el Hijo, Jesucristo, quien efectuaba milagros, curaciones y enseñaba a través del poder y la inspiración de este Espíritu divino.
También se dice "que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria", esto es, que se le equipara al rango del Padre y el Hijo, es decir, es de su misma naturaleza, comparte su misma divinidad.
Por último, decimos del Espíritu Santo que "habló por los profetas", lo cual significa que las escrituras del A.T., íntegramente, pero especialmente lo dicho por los profetas, son "profecías" inspiradas por el Espíritu Santo. Él mueve al profeta para hablar y escribir según la inspiración que le ofrece. Y el profeta, inspirado por Él, escribe sus visiones y todo lo que siente que está por venir o se debe cumplir.
Así pues, con la venida al mundo de Jesucristo, desde el momento de su concepción, la Santísima Trinidad comienza a existir como tal (antes, no existía dicho misterio: el de "tres personas pero un solo Dios").
Este crucial momento de la historia de la humanidad no hubiera sido posible sin la Virgen María Santísima, en quien Dios se fijó para servir de instrumento intercesor y poder llevar a buen término de su voluntad de Dios de encarnarse en hombre y ser su Verbo, es decir, su Palabra y su mensaje definitivo y pleno. Una humilde muchacha, que empezaba a ser mujer, fue la elegida pues, como el ángel le dijo, era llena de gracia ante Dios; Él sabía que podía contar con ella para ser la madre de su Hijo, del mismo Dios; que aceptaría lo inverosímil y confiaría plenamente en su Palabra. Y así, dejar de ser ello un sueño utópico, o una ilusión, y ser toda una realidad: Dios hecho hombre, Emmanuel, Dios con nosotros.
Cómo sucedió
A continuación cito la lectura litúrgica del Evangelio del día de hoy, dedicado al acontecimiento de la Anunciación:
*Cuadro "La Anunciación" (1576), por Doménikos Theotokópoulos "El Greco".
(Óleo sobre lienzo. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid).
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David: el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: "¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo". Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería aquélla. El ángel le dijo: "María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". Y María dijo al ángel: "¿Cómo será eso?, pues no conozco varón". Respondiendo el ángel, le dijo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez, y éste es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible". María contestó: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". Y el ángel se fue de su presencia.
(San Lucas 1, 26-38).
Otros momentos de la Virgen narrados en la Biblia
- la visita a su prima Isabel quien, ya en su vejez, también quedó en estado de manera inesperada, pues se decía además de ella que era estéril,
- el Nacimiento de Jesús en la ciudad de Belén (no siendo posible en Nazaret, el pueblo de María y José, por coincidir la necesidad del parto con el forzoso viaje que debían hacer a la "ciudad de David" para cumplir con el censo romano -pues debía hacerse, por reciente orden del emperador César Augusto, en la ciudad de origen del padre de cada familia; y José descendía del rey David, cuya ciudad natal hubo sido la modesta ciudad de Belén de Judea).
- la presentación del Niño -al cumplirse el tiempo de la purificación de la Virgen- en el templo, recibiendo de labios del anciano Simeón la extraña profecía cuando dijo: "Éste (Jesús) está puesto para elevación y caída de muchos en Israel y para que sean manifiestos las intenciones de los corazones", para añadir refiriéndose a la Virgen: "y a ti misma, mujer, una espada te atravesará el alma" (espada de dolor que sentiría a causa de su Hijo, especialmente durante su vida pública y su pasión),
- el episodio que les mantuvo en vilo a ella y a José cuando perdieron de vista a Jesús en Jerusalén, apareciendo el muchacho ya de doce años finalmente en el Templo dialogando con doctores de la Ley.
Más tarde, y ya en la etapa de la vida pública de su Hijo, la Virgen María aparece en los Evangelios:
*Cuadro "Las Bodas de Caná" (El Veronés).
- cuando, en pleno sermón a sus discípulos y a las gentes, enseñándoles, le hacen saber que sus parientes y su Madre han acudido a donde Él estaba y querían verle, contestando Él con aquella lección de: "¿Quiénes son mis hermanos, mis hermanas y mi Madre?", y, mirando y aludiendo a sus discípulos, diciendo: "Quienes hacen lo voluntad de mi Padre, ésos son mis hermanos y hermanas y mi Madre".
- en la pasión de su Hijo, al pie de la Cruz, cuando desde ella, Jesús la encomienda al cuidado de Juan, su apóstol más amado (momentos del calvario de nuestro Salvador, cuando más patente se hacía aquella espada de dolor en su alma que Simeón predijo), con las siguientes palabras: (a San Juan) "Ahí tienes a tu Madre", y a continuación (dirigiéndose a su Madre) "Mujer, ahí tienes a tu hijo".
- y por último en el cenáculo, después de la resurrección de Jesús, cuando se apareció a los once, exhalando sobre ellos el Espíritu Santo y dándoles sus últimas instrucciones.
Los anteriores son, no sé si me he dejado alguno, los episodios que yo recuerdo de las Escrituras que se refieren a María.
La visita a su prima Isabel y el Magnificat
Después del acontecimiento de la Anunciación -tema central de esta entrada-, el momento más destacable dedicado en los Evangelios a la Madre de Dios es el de su visita a su pariente Elisabet, que tuvo lugar justo a continuación.
María, tras el mensaje del ángel, en plenitud de gracia, decidió ir a ver a Isabel debido a las últimas palabras de aquél, según las cuales Isabel debería ser madre en tres meses. Elisabet vivía en un pueblecito de la montaña cerca de Jerusalén, con su marido Zacarías, que era sacerdote, y cuyo hijo sería el primo de Jesús, Juan el Bautista (quien años más tarde prepararía la venida de Nuestro Señor, anunciando que el Reino de Dios se estaba acercando, pues Jesús estaba a punto de manifestarse).
La Virgen, al llegar a Ain Karem, aquel pueblo de montaña, y nada más entrar en presencia y saludar a su pariente Isabel, ésta le devolvió el saludo con una mezcla de efusividad, admiración y sorpresa (pues el saludo de María hacia ella había provocado en sus oídos una conmoción que hubiera penetrado sus entrañas hasta el punto de que sintió moverse con alegría a la criatura en su vientre), de manera que sus palabras hacia Nuestra Señora se recogen en nuestra oración del Ave María: "Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre".
Después de éstas y otras palabras, señalando su sorpresa y alabando la inmensa fe de María y su gracia ante Dios ("Quién soy yo para que venga a verme la Madre de Nuestro Señor?, pues, he aquí, apenas llegó a mis oídos tu saludo, he sentido saltar de gozo la criatura de mis entrañas", y añadir "Bendita la que ha creído la Palabra del Señor, porque lo que Él ha dicho se cumplirá"), nuestra Madre rompió a declamar en tono solemne y llena de gozo, inspirada por el Espíritu Santo, las siguientes palabras, a modo de canto o himno de alabanza a Dios, conocidas como el "Magnificat":
"Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque ha hecho grandes obras en mí el Poderoso: Santo es su nombre, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos colma de bienes y a los ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abraham y su descendencia por siempre".
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque ha hecho grandes obras en mí el Poderoso: Santo es su nombre, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos colma de bienes y a los ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abraham y su descendencia por siempre".
*Canción con letra del "Magnificat", por Coro San Agustín Luz del mundo.
Tras este emotivo encuentro, María se quedó en casa de Isabel y Zacarías, probablemente hasta el nacimiento de Juan, y después volvió a Nazaret.
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