DEL
INSTITUTO A LA UNIVERSIDAD
Si dos buenos amigos hice en el
instituto, desde 1993 (en 2º de BUP), éstos fueron Jesús Burgos Atienza y Jesús
González Hernández. La verdad es que éste es un caso adecuado para apuntar que
nuestra relación fue asunto de causalidad, y no casualidad.
Ya mi hermana Natalia, que pasó
varios meses con nosotros -papá, mamá, María y yo- en casa, en Benidorm, entre
enero y mayo de 1994 -tiempo durante el cual su marido Steve estaba con la
marina norteamericana en Okinawa (Japón)-, me preguntaba qué amigos tenía en
clase; yo le contestaba que un amigo cuyo nombre era Jesús, y otro Jesús
también. La verdad es que siempre he creído que Dios los puso en mi camino para
que me fijara en sus nombres, y tuviera, cuando ellos no estuvieran, a Jesús
(nuestro Señor) en mi vida; cerca de mí.
Jesús Burgos se sentaba justo delante de mí en clase, en 2º de BUP, y la
amistad se forjó por la cercanía espacial en clase y porque ambos compartíamos
la condición de exentos en la asignatura de Educación Física, y hablábamos de
muchas cosas relativas a las clases y a ciertos profesores, etc.
Él tenía sobrepeso causado por su metabolismo acelerado. También creo que tenía -y tiene- influencia en su estado físico el hecho de que, según me dijo, nació con un problema en la arteria aorta, de la que fue operado a la edad de un año y nueve meses. Él nació un 16 de marzo de 1977; pues bien, fue operado el mismo día que nací yo, el 19 de diciembre de 1978. Esta coincidencia me ha dado que pensar en ese tipo de cosas que se creen a esa edad -y no sólo a ésa, pues a mis 38 años todavía a veces lo sigo pensando- como de que nuestra amistad estaba predeterminada o entre su vida y la mía tenía que haber cierto parentesco o relación.
Jesús González, el otro amigo Jesús que se forjó aquel mismo curso, me hizo una señal y un ademán en un recreo de los primeros días de clase, para indicarme que me uniera a ellos (él y Antonio García, que estaban sentados en un banco) y pasara de los chismes y chorradas que se decían unos a otros... Y y en fiestas de Benidorm, nos intercambiamos los números de teléfono para quedar y salir (fue él quien tuvo la iniciativa).
Jesús González, el otro amigo Jesús que se forjó aquel mismo curso, me hizo una señal y un ademán en un recreo de los primeros días de clase, para indicarme que me uniera a ellos (él y Antonio García, que estaban sentados en un banco) y pasara de los chismes y chorradas que se decían unos a otros... Y y en fiestas de Benidorm, nos intercambiamos los números de teléfono para quedar y salir (fue él quien tuvo la iniciativa).
Fue 2º de BUP el año de la Taquigrafía (arte de la escritura veloz), que yo aprendí
autodidácticamente gracias a un libro que mi madre compró hacía algunos años
para recordar lo que ella sabía de cuando lo estudió en sus tiempos. Cada fin
de semana leía dos o tres lecciones nuevas, hacía sus correspondientes
ejercicios y practicaba en casa, y luego durante la semana, en clase, ponía en
práctica lo aprendido tomando apuntes. Mis compañeros en clase se admiraban de
mi habilidad y lo atractivo de estos signos con que con tanta naturalidad
tomaba apuntes en clase; y entre ellos, Jesús González, era uno de los que más
me decían que era algo bonito y admirable y que a él le gustaría poder hacer
uso de esto de la taquigrafía también, como yo.
Jesús González era, sin duda, el compañero y amigo que más se me acercaba en
los recreos y en muchos momentos entre clase y clase para preguntarme y
compartir cosas de las clases, y para jugar a juegos de papel y lápiz para
pasar el rato. También recuerdo coincidir varias veces con él en la biblioteca
y estudiar algo juntos y el hecho de que me prestó un libro de lectura para un
trabajo escrito de la segunda evaluación de la asignatura de valenciano:
"La Bíblia Valenciana".
En 3º de BUP, ni ambos Jesuses ni yo compartimos clase (Jesús Burgos se quedó
repitiendo segundo y el González y yo íbamos a diferentes terceros). Sin
embargo, Jesús González vino conmigo, un viernes por la tarde después de la
reunión de Preconfirmación, a ver cómo tocaba a un ensayo de la Barqueta en la
iglesia de S. Jaime. Era época de Fallas de 1995, y estábamos ensayando con los
niños que iban a cantar en las comuniones. Me dijo que tocaba muy bien, pero
que me veía decaído y me animaba a salir en fallas. Estuvo conmigo charlando en
la Plaza Triangular hasta que vino mamá a recogerme en coche. También
coincidimos ese curso en un viaje de la Iglesia, para jóvenes de nuestras
edades, a Alicante (me parece). Era una especie de encuentro con otros muchos
jóvenes de otras partes de la provincia, relacionado posiblemente con la
Confirmación. Recuerdo que también vinieron las Hnas. Rosa y Fina del colegio,
y muchos compañeros del instituto.
Fue este año, 3º de BUP, cuando empecé a tocar con "La Barqueta", y a
reunirme con los grupos de Preconfirmación y ensayar e incluso actuar con dos
canciones (en sendos festivales de canciones religiosos juveniles) con el Coro
de la Parroquia "El Carmen".
Ya en COU, solía verme en los recreos del instituto con Jesús Burgos. Él iba a
tercero, y me hablaba de cocina e informática y empezó a trabajar como empleado
en la tienda de informática de mi hermano Ángel, Top Line Net, que se había
inaugurado el verano pasado. Mi hermano estaba encantado con él como empleado.
También empecé a salir asiduamente
los sábados por la tarde con él y otros dos amigos -Diego Romero y Jaime
Català- al cine o a salas de juegos recreativos, y a cenar en restaurantes de
comida rápida. El año siguiente -curso en que empecé a ir a la Universidad-
seguíamos saliendo, y con otro amigo -de apellido Subiela, no recuerdo el
nombre-, y quedándonos jugando a menudo en la extensión de TopLineNet que
servía de academia. Jugábamos a juegos de estrategia como RedAlert,
Command&Conquer, etc...
Pero fue el año siguiente, en 1998, cuando Jesús Burgos y yo empezamos a salir
solos él y yo, compartiendo largos paseos y conversaciones a lo largo del
recién inaugurado paseo marítimo de la Playa de Levante. Hablábamos de muchas
cosas de nuestra edad y nuestras experiencias de vida hasta aquel momento. Y la
verdad es que las conversaciones eran apasionantes cuyo contenido no procede
describir en detalle aquí. El caso es que nuestra amistad desde entonces se vio
catapultada a la eternidad (por expreserme de alguna manera; "para
siempre", o "hasta que Dios quiera").
Paralelamente, ese curso 1997/98, me encontraba frecuentemente a Jesús González
en el autobús universitario, y hablábamos de muchas cosas -no sólo de nuestros
estudios-. Él me propuso venir a una de mis clases de literatura (yo estaba en
mi segundo curso de Filología Hispánica, amén de mis estudios en el
Conservatorio).
Fue hacia la primavera de aquel año, abril o mayo, cuando Jesús Burgos me dijo
que Jesús González había sufrido un accidente de moto (el ya mencionado en otra
entrada de este blog). Y ya a mediados de mayo nos presentamos en su casa a
hacerle una visita (tenía que guardar reposo en silla de ruedas y más tarde
andar con muletas). Fuimos Jesús Burgos, Antonio García y yo.
Y desde entonces, tras mi vuelta de
Inglaterra -un viaje que hice para estar un mes allí con mi hermana Mari
Carmen, su marido Steve y su hijo de algo menos de dos años, Michael-, ambos
Jesuses y yo quedábamos para dar una vueltecita por las inmediaciones de la
casa de Jesús González, para que saliera un poco el hombre -tenía que ir en
muletas-. Era verano, agosto, a veces íbamos los tres, otras veces, González y
yo; y nos contábamos cosas de nuestra edad, cómo había terminado el curso
anterior, las chicas, recuerdos, etc. Salíamos a dar un paseíto, pero muchas
veces íbamos también a tomar un refresco, o una hamburguesa, o al cine, etc.
Una de las veces que salimos, Jesús
González y yo, me dijo que su accidente se produjo el día 25 de marzo. Esta
fecha me chocó; me conmovió oír que fue tal día, que era señalado por dos
motivos: uno, amoroso, y el otro, religioso.
El motivo amoroso es el siguiente:
Poco antes del comienzo de la primavera de aquel año, conocí a Noemí (Noemi se
hacía llamar -sin acento en la "i"-), una chica de 13 años que me
pidió salir. Nos conocimos en mis clases de los sábados en "la
Barqueta". Solía entrar en mi aula con otras dos o tres chicas que junto a
ella daban clases de guitarra allí. Un día, a comienzos de marzo, se presentó
sola cuando no tenía yo a ningún alumno en clase, y me pidió que tocara
"My heart will go on", la B.S.O. de la película taquillera del año -y
de aquel fin de siglo-, Titanic.
Mientras tocaba la oí suspirar y al acabar
recostó su cabeza en mi hombro derecho -yo me quedé extasiado; sin saber qué
decir ni hacer-. Pasaron como 20 segundos y entonces me preguntó qué iba a
hacer aquella tarde, que ella quería salir conmigo... No recuerdo si llegamos a
salir esa tarde pero lo cierto es que sí llegamos a salir un día de aquella
primavera, antes de su cumpleaños, que era el 25 de marzo.
El motivo religioso es que, dada la
fecha en que se celebra la Navidad, el día en torno al cual la Virgen María
concibió por obra del Espíritu Santo a Jesús -la noche en que se le apareció el
ángel Gabriel- debió ser, en caso de ser justo nueve meses antes del
nacimiento, el 25 de marzo -día que por este motivo está señalado en el
calendario litúrgico-.
Este último dato, unido al hecho de
que mi amigo Jesús me dijera -lo cual era lógico pensar por su parte- que salir
del estado de coma que sufrió por el accidente y recuperarse y salir adelante
esos cuatro o cinco meses que llevaba desde entonces, era para él como
"volver a nacer de nuevo", me hizo llegar a pensar a mí -con las
vueltas que doy a las cosas y las analogías que me gusta establecer entre datos
y hechos-, ante el final de siglo y de milenio inminente y una hipotética segunda
venida de Cristo, que el amigo que tenía hablando conmigo enfrente no era otro
sino realmente Jesucristo resucitado. Madre mía si se lo llego a decir.
Realmente este buen amigo se llevó un shock físico aquella primavera, pero yo
un shock espiritual por la serie de vivencias que había tenido.
Y es que esta primavera del 98,
aparte de las "confesiones" entre Jesús Burgos -el otro amigo, el
informático- y yo durante aquellos paseos de sábado nocturnos, la música de los
80 -del CD "100 mayores éxitos de los 80 que compré en enero-, la
declaración de amor de Noemi -la primera que tuve de una chica-, la película
sensacionalista "Titánic" y otras cosas de la edad unidas a mi
tendencia a obsesionarme… Menudo comienzo de año tuve.
La verdad es que fue un invierno y
primavera turbulentos sentimentalmente -y hormonalmente quizá-, Y algo o
bastante escandaloso también, al menos así lo fue para mí –y para la gente y
los sectores conservadores y tradicionalistas-, cuando se producía precisamente
en el festival de la canción de Eurovisión, del cual era ferviente fan desde mi infancia, el
mayor escándalo conocido en toda su historia, el cual trascendió el propio
festival. Y es que Israel iba a ser representado por un transexual, que a la
postre ganaría. La canción israelí fue el foco de atención de todos los medios
de comunicación en aquella edición de este concurso televisivo –pues la cosa
tenía su morbo, lo cual suele atraer la atención de las masas-.
Lo cierto es que a partir de
entonces, y con la entrada del siglo XXI, el festival de Eurovisión dejó de
tener el carácter serio que le había caracterizado -y también decadente- para
experimentar un resurgir y una más atractiva "vistosidad" que le ha
caracterizado desde aquel año hasta hoy.
En fin, el caso es que llegado el verano, y vuelto de mis
vacaciones de Inglaterra a finales de julio, las ansiedades y quebrantos de los
meses pasados se sosegaron en mi espíritu. Aquel mes de agosto lo pasé entre la
playa, las quedadas con mis amigos Jesús y Jesús, estudiando alguna asignatura
del Conservatorio para septiembre -cuando logré recuperar Música de Cámara-,
tocando algo el piano y escuchando por las noches repetida e incansablemente
las dos cintas de cassette de Mecano que mamá me había comprado en junio; el recopilatorio
que este consagrado grupo pop español había lanzado aquel año: "Ana, José,
Nacho". Y es que había ahí canciones clásicas suyas -y alguna que otra
novedosa- verdaderamente buenas; de esas que no se olvidan y te conmueven. Mis
preferidas: "Mujer contra mujer", "La fuerza del destino",
"Naturaleza muerta", "Hijo dela Luna", "Dalí", "Otro año más", y, sobre todo,
"Cruz de Navajas".
Me aprendí las letras de memoria de
casi todas ellas; treinta eran en total. Han pasado casi veinte años y me
acuerdo de casi todas ellas. Las cassettes, por supuesto, ahí las tengo. Las
tocaba en el piano, y a menudo las tocaba en el órgano de San Jaime acompañando
a Mani cantando muchas de ellas mientras esperábamos a los novios en nuestras
bodas. También en casa en fiestas familiares. Pero aquel verano de 1998, en las
noches en vela, la música de Mecano acaparaba mi corazón.
Y entonces llegó septiembre. Mamá vino de su viaje a EE.UU.; fue para estar con
mi hermana Natalia y su familia; Andrew, su segundo hijo, acababa de nacer dos
meses antes de su ida -ella fue a principios de julio, él había nacido el ocho
de mayo-. María, mi hermana, también regresó de allá unas semanas o un mes
después -había pasado un año con Natalia y su familia-.
Comenzó el curso escolar. Yo dejé
mis estudios de Filología Hispánica y me centré sólo en el Conservatorio, en un
par de asignaturas. Jesús, el González, me dijo que si pensaba dejar la
Universidad, que no descartara volver algún día (así fue, de hecho, al hacer mi
carrera de Magisterio). Él continuó con Derecho, y realmente parece que empezó
muy bien el curso, obteniendo sobresaliente en algún examen, pero al final nos
contó a Jesús Burgos y a mí que seguramente lo dejaría, o que seguiría más
centrado otro año (lo cierto es que dejó esta carrera y en 2000 nos vimos en el
campus, y me dijo que dejó Derecho y estaba comenzando a hacer "Relaciones
Laborales").
Aquel otoño fue muy bonito. Tras un curso lleno de inquietudes y ansiedad,
sobre todo en primavera, al empezar el otoño me sentí mucho mejor, a pesar de
que dejé la carrera y había cierto vacío en su lugar. Pero una serie de hechos
entre los que están, sobre todo, la lectura de la Biblia y el sentimiento
religioso, me hicieron sentir mucho mejor y a gusto conmigo mismo, con la
Naturaleza, con los demás y con Dios. Estas lecturas me confortaban, y hacían
que una llama de esperanza alumbrara mi mente y ardiera en mi corazón. Y estos
dos grandes amigos, y las conversaciones que había tenido con ellos, los guardaba
también, como Jesús y Dios mismo, muy dentro de mí.
Me acuerdo de haber hablado contigo de todo esto y de mas detalles acerca de estos amigos tuyos y conversaciones. Gracias por compartir. Besazos
ResponderEliminar¿Todavía te acuerdas? A lo mejor lo hablamos también en años posteriores, por ejemplo cuando vinisteis en 2000/01 por ocho meses a España los cuatro. Seguir comentando; me gusta. Besos.
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